Tras la virtud

El autocontrol es visto como algo socialmente deseable que forma parte de la educación adulta, con dos enormes salvedades: el sexo y el dinero. Esto ya describe los principios reales de esta sociedad y de quienes la gobiernan y guían. La fidelidad, la fortaleza, la templanza, no existen. El riesgo de enfermedades sexuales, el aborto, no deben ser objeto de autocontrol; la inmoderada apetencia de euros no es incivil. En este terreno el método general no vale.

No debe existir autocontrol sino todo lo contrario, y quien lo predique -véase lo sucedido con Benedicto XVI y su declaración sobre el Sida- es reo de culpa, porque toda la solución radica en una goma, que equivale a creer que resulta superfluo limitar la velocidad porque ya existe el cinturón de seguridad y el “air bag”. En el sexo y la cosa económica no debe existir la búsqueda de la virtud. Extraña lógica, rara excepción, que una vez maás demuestra que los dioses ciegan a quienes quieren
destruir