De hecho, tanto el candidato del PSOE como el del PP han mostrado desde el minuto cero su disposición a negociar "sin complejos" el apoyo de los islamistas para sus respectivas investiduras. Los islamistas, en cambio, llenos de regocijo mal disimulado, han reconocido descaradamente que les da igual que gobierne el PSOE que el PP, que lo que quieren es saber quién de los dos está dispuesto a cumplir las condiciones programáticas que van a exigir "en nombre de Alá" y basadas en la sharía, que incluye la lapidación de las adúlteras y la pena de muerte para los homosexuales.
A tenor de este panorama, una desolada comentarista en otra emisora se preguntaba cómo habíamos podido llegar a esa situación. Y, parafraseando a Bertolt Brecht, concluyó: "Primero les dejamos construir mezquitas con dinero procedente de grupos radicales saudíes. Como yo no soy religiosa, me callé. Después les dejamos quitar nuestros crucifijos de los lugares públicos y les permitimos llevar velos y burkas a sus mujeres en esos mismos lugares públicos. Como no quería que me llamaran intolerante, me callé. Más tarde les concedimos el derecho a votar en las municipales y años más tarde también en las generales, en las autonómicas y en las europeas. Como a mi la política nunca me ha interesado demasiado, me calle. Pero ahora los diputados islamistas son los que deciden quién nos gobierna y por tanto van a pedir concesiones a cambio de su apoyo. Soy mujer y estoy preocupada. Ya es demasiado tarde".