¿Enterraremos las leyes de la naturaleza junto a Montesquieu?

En efecto, tanto gays como lesbianas, han logrado que, en amplios sectores de la ciudadanía, se los considere como una forma más de la expresión del “amor”, de parejas normales con derecho a contraer matrimonio y, para más escarnio, a adoptar hijos o a engendrarlos, en el caso de las lesbianas o de aquellas que han cambiado de sexo, por medio de técnicas de inseminación. Los efectos que las intensas campañas llevadas a cabo por estos colectivos, el apoyo de determinados partidos políticos y la creciente permisividad que la sociedad muestra ante prácticas sexuales contra natura y donde ya se empieza a admitir el incesto y la zoofilia como medios legítimos de practicar esta mal llamada libertad sexual. Lo peor de todo ello es que, los políticos, siempre a la caza de votos, han empezado a descubrir lo rentable que les resulta apoyar a estos colectivos y no tiene embarazo alguno en darles alas y promocionarlos para que los voten.

Pero no nos olvidemos de la otra corriente, la de las defensoras/es del aborto que pretenden legitimar un acto criminal, un vil asesinato de un ser con derecho a nacer, en base a términos tan alambicados como “derechos reproductivos” (como si el practicar un aborto se pudiera considerar como tal) o “servicios de salud reproductiva y salud sexual y reproductiva”. Lo curioso es que, en la propia ONU, se acogen a grupos de presión, empeñados en que de dicho organismo salgan recomendaciones en el sentido de invitar a abortar, como uno de los medios del control de la natalidad y, en este misma tendencia , la Comisión de Población y Desarrollo tuvo que superar ( gracias a Irán, todo hay que decirlo) un intento de colar expresiones ambiguas ( tales como: aborto seguro, como si el aborto fuera un procedimiento totalmente libre de riesgos médicos y psicológicos), que permitieran involucrar a aquel organismo, aunque fuera indirectamente, en la cuestión del aborto y en la limitación del derecho de conciencia de los facultativos que se niegan a colaborar en tales actos. Afortunadamente, por esta vez, fueron rechazados dichos intentos.

Son métodos, todos ellos, encaminados a intentar justificar las máximas aberraciones, los actos contrarios a las leyes naturales y las prácticas hedonistas, como si fueran derechos inherentes a la propia naturaleza humana, cuando es evidente que, todos ellos, tienden a subvertir los principios de la naturaleza; forzar, en una interpretación retorcida, la práctica de la sexualidad (en muchos casos con evidentes peligros para la salud como ha ocurrido con el Sida), de forma opuesta a los principios y reglas de la naturaleza, por los que se rigen la complementariedad de los sexos y la reproducción de las especies. Buscar el reconocimiento social a tales formas de entender la sexualidad, puede llevarnos a tener que admitir, como actividades normales, el realizar sexo con animales, el incesto, la pedofilia o cualquier otra modalidad monstruosa, cuyas consecuencias genéticas y morales se presentan como absurdos, difícilmente ininteligibles para cualquier persona de mente equilibrada y con un mínimo de sentido común.