La indignación de Maisileki fue aumentando a medida que se conocían más casos. Decenas de familias empezaron a rondar las puertas de las mezquitas para pedir limosna y comprar medicinas que aliviaran los misteriosos dolores de los niños. "La mayoría perdían la consciencia. No se movían", dice Maisileki. En una ciudad como Kano, con más de tres millones de habitantes -la tercera más poblada de Nigeria, después de Lagos e Ibadan-, la historia tardó en saltar las murallas y llegar hasta los despachos del Gobierno de la capital, Abuja. Unos cuatro años. Pasado ese tiempo aún eran pocos los dedos que apuntaban a Pfizer y a los médicos que suministraron el Trovan como los culpables de las muertes de 11 niños y de las secuelas causadas en el resto.
Pero el diario estadounidense The Washington Post, una vez más, se enteró de la historia y puso a sus periodistas en el caso. Los resultados de un año de investigación sobre las pruebas de medicamentos en países del Tercer Mundo aportaron luz al caso de Nigeria. Supuestamente, Pfizer había ensayado un tipo de antibiótico en los niños de Kano sin haber realizado los test previos. Aquello fue corroborado además por uno de los médicos de la compañía, Juan Walterspiel. El especialista había enviado una carta a los ejecutivos de la empresa denunciando una violación de las normas éticas en el experimento. Fue despedido, según Pfizer, por otros motivos. El medicamento se aprobó poco después en Europa y Estados Unidos. La Unión Europea lo retiró a los tres meses porque causaba problemas hepáticos. En Estados Unidos se sigue usando aunque sólo como tratamiento hospitalario para infecciones muy severas.