"Vicente ya no está, pero nos dio confianza en nosotros mismos y ahora podemos seguir", aseguraba Nagamani, una jornalera que gana 40 rupias diarias y está en un proyecto de microcréditos. Kullayappa, sin zapatos y vestido con un humilde dhoti (un trozo de tela a modo de falda para hombres), dice que gracias al trabajo del catalán la vida de su hijo será más prometedora que la suya: está estudiando farmacéutica. "Con mi sueldo de 100 rupias diarias -un euro y medio- como jornalero no hubiera siquiera soñado en pagarle los estudios. Estoy aquí para agradecerle, pero sé que lo que ha hecho no se puede corresponder", asegura.
Una delegación de españoles llegaron también por su propia cuenta a la despedida. Entre ellos, Ginés Llorca, que es periodista, pero que viajó a título personal porque consideraba a Vicente Ferrer su " padre espiritual". Dice que le admiraba porque era "un creador de pensamiento, de esos a los que los demás se podían referir". Entre las cosas admirables que Llorca le recuerda era que "no tenía reparo en hablar de cosas espirituales, pero sin dejar de trabajar el terreno práctico". También resalta que dio la oportunidad a otros de hacer algo por los necesitados.
Coincide con él Erica Barbancho, una cooperante que fue asistente de Vicente. "Yo ya tenía vocación, pero que viendo el trabajo de Vicente me motivé más porque me he dado cuenta de que es posible cambiar el mundo y la pobreza, como él decía", afirma.