Silencio cómplice con Cuba LaVanguardia.es

América Latina ha hablado con una sola voz: la del silencio. Ni un país del continente americano –salvo EE.UU. y Canadá, excluidos de la reciente cumbre hemisférica- ha condenado la muerte de un preso político cubano tras una larga huelga de hambre.

La muerte de Orlando Zapata Tamayo, prisionero por pensar distinto y por mantener posiciones políticas contrarias al totalitarismo, es otra acción de la dictadura cubana que no se critica ni discute en las cancillerías latinoamericanas, ni por gobiernos de izquierda ni por los de derecha.

La escena que se vivió a principios de esta semana en la Riviera Maya debería quedar marcada en la conciencia de los dirigentes latinoamericanos. Mientras Felipe Calderón, junto con los demás presidentes de la región, acogía con abrazos y parabienes a un Raúl Castro barnizado de demócrata, en Cuba agonizaba un humilde preso político, albañil de raza negra. Honduras fue excluida de la cumbre de la unidad por su supuesta falta de democracia, pero Raúl Castro fue invitado y agasajado en Playa del Carmen sin que nadie pusiera la mínima objeción. Poco importaba que Cuba no haya tenido una elección democrática con participación de partidos de oposición, nada supuso que en la isla no exista pluralismo político ni libertad de expresión desde que Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959. Raúl Castro fue aceptado como uno más pese a haber sido designado a dedo por su hermano Fidel.