"Para mí, el mayor error que he cometido fue intentar ser su amiga en vez de su madre", prosigue María en su sesión de terapia. "Queremos ser tan amigos de los hijos y darles tanto. Ese ha sido otro error mío, darle todo lo que yo no he podido tener, porque vengo de una familia humilde".
Javier Urra, considera que el fenómeno es propio de una sociedad "de nuevos ricos", impensable en ámbitos más tradicionales donde estas conductas son duramente sancionadas por la comunidad. "No se da el caso de un niño gitano que pegue a su madre, o el de un chaval de un pueblo perdido de Castilla, donde los padres son labradores". Simplemente porque al día siguiente les caería una tremenda reprimenda, argumenta. "España salió de una dictadura y acogió con mucho gusto el prohibido prohibir del Mayo del 68. La natalidad bajó hasta el punto que el hijo se convirtió en un tesoro al que hay que educar entre algodones", añade. "Estos niños son los que, cuando tienen dos años, les pides que ayuden a recoger y no lo hacen. Son los mismos que con seis o siete años acaban enfrentándose con el profesor y el padre se pone de su lado. El pequeño dictador se hace. Hay padres que creen que decir que no a su hijo les crearía un trauma. Eso es un grave error: lo que neurotiza es no tener límites. Los niños tienen que aprender lo que es la frustración".