A mi hijo parece que las contrariedades le han hecho crecer. Hablo de un hombrecillo al que le quedaban varias asignaturas en la primer evaluación; en pleno «sarampión adolescente» y teniendo, para más inri, dos asignaturas arrastradas del año pasado. He de confesar que le sentó muy mal que le contara que el director y la jefa de estudios me insinuarán que «cómo se atrevía con ese expediente a objetar». Como si los derechos individuales no los tuviera hasta el más humilde de los hombres sólo por ser hombre. Derecho que nace inalienable e imprescriptible desde la concepción hasta la muerte natural, anterior por tanto a toda ley otorgada.
Incluso cuando nuestra única Esperanza (la que afirma que hay que dar la batalla de las ideas pero sólo la da de boquilla) nos dejo tirados, yo dudé y a punto estuve de allanarme. Mi chaval no; por el contrario, se creció, me tomó el testigo y me convenció diciéndome que «cómo iba a entrar en clase ahora después de toda la movida». Si ellos no tenían vergüenza (y yo estuve a punto de perderla cediendo) mi hijo dijo «no». Esto sí que es una lección, un aprendizaje de cómo una persona puede crecer por sano orgullo. No sabemos cuanto viviremos; no sé si llegaremos a mañana. Pero os aseguro que estos momentos son los que marcan y nos trascienden; constituyen nuestro patrimonio y nuestra mejor herencia, la suma de cada uno de estos gestos gracias a gente tan maravillosa como vosotros. Cada uno de vosotros provocáis al fin la movilización social: desde el corazón se produce la elevación de toda una sociedad, una auténtica revolución interior.