Allí se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.
Y se les aparecieron Moisés y Elías, que hablaban con él.
Entonces Pedro dijo a Jesús: «Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, haremos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió y se oyó una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd».
Al oir esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y sintieron gran temor.
Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: «Levantaos y no temáis».
Cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie, sino a Jesús solo.
Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo:
No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de los muertos.
Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo:
¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
Respondiendo Jesús, les dijo:
A la verdad, Elías viene primero y restaurará todas las cosas.
Pero os digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del hombre padecerá a manos de ellos.
Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.
Mateo 17:1,13 (Mc 9.2-13; Lc 9.28-36)